Desde la fundación de Turquía como República con Kemal Atatürk, impulsor del laicismo en el país, los militares han sido los garantes de ese nuevo orden político-social. Por tanto, Recep Erdogan, defensor del islamismo, nunca ha tenido buena vinculación con la cúpula militar, heredera de las órdenes de Atatürk[1] de defender la secularización, y se ha apoyado más en la policía para las labores de seguridad interna y ha dejado la primera línea de combate al ejército. Ya a comienzos de su gobierno, el presidente empezó a aproximar a las redes de mando a partidarios suyos, fieles al partido islamista AKP, y tras este fallido golpe de estado del pasado 15 de julio, celebrado por las calles al grito de “Allah’u Akbar”, se le ha dado carta blanca para continuar con la purga anti-kemalista.
El presidente de Turquía se ha mostrado, durante todo su gobierno, reacio a dejarse doblegar o ver detenidas sus aspiraciones por cualquiera que fuese el desafiante -desde Rusia, con el derribo del avión militar que cruzaba su espacio aéreo, hasta la UE, llevando a cabo un acuerdo en el que él se posicionó como el vencedor, recibiendo una amplia suma de dinero y garantías de adhesión, y la Unión como la doblegada ante la necesidad de ver reducido el flujo irregular de inmigrantes-. No ha dado tregua ni cuartel a quienes se han enfrentado a él -los kurdos o la prensa- y no ha tenido reparo en llevar a cabo duras censuras contra aquellos que declaran contrariedad hacia su política.
El golpe de estado comenzó haciendo llamamiento a la defensa de la democracia, la libertad y el laicismo y horas más tarde, el presidente Erdogan, a través de su teléfono móvil y reproducido a través de una cadena de televisión turca en mitad de los acontecimientos, llamaba a las gentes a salir a la calle a luchar por lo mismo: la libertad y la democracia, apoyado después por los imanes desde las mezquitas. La población respondió a la orden de la autoridad gobernante y de las autoridades religiosas. El poder del presidente turco se consumó recurriendo a la defensa de su gobierno legítimo y con el aclamo religioso de los líderes islamistas del país: la respuesta fue revolucionaria y en reconocimiento de la voluntad de Allah.
El golpe duró apenas 3 horas y la reacción del gobierno se demostró hasta premeditada. En cuanto se terminó, Erdogan sacó enseguida una lista muy detallada de las personas a las que había que detener: 103 generales y almirantes de las Fuerzas Armadas (1/3 de la cúpula de las Fuerzas Armadas turcas), 6.000 militares, 8.777 personas del Ministerio del Interior, 20 gobernadores provinciales, 1.500 del Ministerio de Finanzas y 3.000 jueces. En cuanto se vio que el movimiento revolucionario había emergido desde la base turca de Incirlik, desde donde opera la coalición internacional en Siria e Irak y donde Estados Unidos tiene unos 2.500 militares, Turquía añadió a sus sospechas a sus aliados norteamericanos de la OTAN, pero la acusación de dicho golpe se ha dirigido especialmente contra el principal opositor de Erdogan y sus seguidores: Fetullah Güllen, exiliado en Estados Unidos y líder del influyente movimiento Hizmet. La limpieza de cargos para renovar el personal de su gobierno se ha visto precipitada y excusada en tan sólo un día. La problemática se cierne ante la actividad que ha habido tras el 15 de julio: ejecuciones en plena calle imitando el sanguinario estilo del Daesh, violencia y violación de derechos humanos y la proximidad de la validación de la pena de muerte para el cierre final y radical del bando opositor al gobierno islamista de Erdogan.
El golpe no iba a llegar a buen puerto contando con tan sólo un tercio de la cúpula de las fuerzas armadas y con apenas una facción militar, habiendo olvidado el cierre completo de los canales de comunicación y sin contar con el apoyo de la población. Turquía no desea verse envuelta en una mayor crisis interna -por no decir una posible guerra civil-, cuando ya sufre el conflicto kurdo, el golpe del terrorismo, la gestión de una inmensa inmigración irregular y una guerra vecina.
Aunque los golpistas militares se levantaron para proteger la segura limpieza de cargos del próximo 1 de agosto en el Consejo de Seguridad Nacional y denunciando la corrupción, la represiva, islamista y dictatorial política del presidente y el doble juego sucio del gobierno, disfrazado tras la apariencia de democracia y en su opaca relación con los actores en la guerra siria e iraquí (de donde se han sacado denuncias por su supuesta implicación a favor del terrorismo islamista), se ha advertido que, a pesar de todo ello, la gente ha decidido aferrarse a un líder que navega en medio del desconcierto y el caos. Aun así, los golpistas lo arriesgaron todo, a pesar de tener todas las de perder, conociendo los riesgos y sus pocas posibilidades y siendo evidente que un movimiento semejante no puede haber pasado desapercibido por el presidente Erdogan.
The president of Turkey has shown, throughout his government, little unwilled to be left bend or been detained his aspirations, whatever the challenger was -from Russia, with the downing of the military aircraft crossing its airspace, to the EU, leading to an agreement in which he positioned himself as the winner, receiving a large sum of money and guarantees of accession, and the Union bowed to the need to see reduced the irregular flow of immigrants. He has no truce and no quarter to those who have faced him -the Kurds or the press- and has had no qualms about carrying out harsh strictures against those who declare vexation to his policy.
The coup began by calling for the defense of democracy, freedom and secularism and hours later, the President Erdogan, through his mobile phone and played through a chain of Turkish television in the middle of the events, he called the people to take to the streets to fight for the same thing: freedom and democracy, supported later by magnets from mosques. The population responded to the order of the governing authority and the religious authorities. The power of the Turkish President was accomplished using the defense of its legitimate government and the religious leaders hailed the country’s Islamists: the answer was revolutionary and in recognition of the will of Allah.
The coup lasted just 3 hours and the government’s reaction was shown premeditated. As soon as it was finished, Erdogan quickly took a very detailed list of the people who had to be deteined: 103 generals and admirals of the Armed Forces (1/3 of the dome of the Turkish Armed Forces), 6,000 military, 8,777 people from Ministry of Interior, 20 provincial governors, 1,500 from the Ministry of Finance and 3,000 judges. As it was seen that the revolutionary movement had emerged from the Turkish Incirlik base from which operates the International Coalition in Syria and Iraq -where the US has about 2,500 military-, Turkey added to their suspicions their American allies in NATO, but the prosecution of the coup has been especially directed against the main opponent of Erdogan and his followers: Fetullah Gullen, exiled in the United States and leader of the influential movement Hizmet. Cleaning charges to renew his government personnel has been precipitous and excused in just one day. The problem looms before the activity that has occurred after July 15: executions in the street imitating Daesh’s bloody style, violence and violation of human rights and the proximity of the validation of the death penalty for the final and radical closure of the opposition movement to the Islamist government of Erdogan.
The blow was not going to come to fruition, having only one third of the dome of the armed forces and with just a military faction, having forgotten the complete closure of the communication channels and without the support of the population. Turkey does not want to be involved in more internal crisis, not to say a possible civil war, when it is already suffering the Kurdish conflict, the coup of terrorism, managing a huge illegal immigration and a neighboring war.
Although the military coup arose to protect the safe cleaning charges that was going to happen on Aug. 1 at the National Security Council and as it denounce the corruption, repression, Islamist and dictatorial policies of the President and the double foul play of the government, disguised behind the appearance of democracy and its opaque relationship with the actors in the Syrian and Iraqi war (where have drawn complaints for alleged involvement in favor of Islamist terrorism), it has warned that, despite of all this, the people have decided to hold on to a leader who navigates amid the confusion and chaos. Still, the coup leaders risked everything, despite having everything to lose, knowing the risks and with few chances and being evident that such a move may not have gone unnoticed by the President Erdogan.
MARTA GARCÍA OUTÓN
[1] F. JAVIER BLASCO, “¿Qué será de Turquía?”, ATALAYAR, Disponible en [http://www.atalayar.com/blog/%C2%BFque-ser%C3%A1-de-turqu%C3%Ada]
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